jueves, 8 de mayo de 2014

La educación pública en tiempos de reelección (II)

Por: Osmen Wiston Ospino Zarate
La educación pública es el detonante intelectivo que debe permitir que las sociedades se desarrollen al máximo de sus potencialidades, que éstas participen de las mieles del progreso de manera respetuosa y tolerante y, por supuesto, que propicie más allá del discurso desgastado de la exclusión social una paz duradera para todos los ciudadanos.
Colombia es ese país mágico en el cual la antidemocracia es el sinónimo más acertado para el concepto de democracia. Por ejemplo es antidemocrático que, según Fedesarrollo, de “1.000.000 estudiantes que se matriculan en primer grado solo culminen once 500.000”. Esto habla de lo poco atractiva que es la Institución educativa, la pésima calidad de los procesos que oferta y la pasmosa facilidad con que perpetúa las inequidades.

La educación es quizás el alma misma de la democracia, es más es imposible considerar el vocabulario de la democracia, a sabiendas que todo su abecedario político comienza y termina por el tema educativo. Pero nuestro país, debe ser uno de los pocos del mundo, que se da el lujo de dejar “perder” 500.000 niños, que más tarde que temprano ayudaran a expandir ese inmenso hueco fiscal en el erario público que debiera financiar la educación de los que continúan en el rebaño.
O, lo peor, inevitablemente estos estudiantes terminan enrolados en los ejércitos legales o ilegales en donde aprenden rápidamente el melancólico oficio de la muerte o el de la miseria.
Colombia es ese país chamánico en el cual se ha reelegido perversamente, ininterrumpidamente, demencialmente diría yo, un conjunto de ideas políticas sin tener claridad sobre el paradigma de país que queremos.
Personajes de los partidos tradicionales o de otras empresas electorales que han surgido en calidad de alternativa de poder, se han aliado con los criminales para mantenerse dentro del gobierno. No se reelige una educación competitiva, se le apuesta a la pauperización de la dignidad humana, y hasta hoy han obtenido éxitos sonoros en tales propósitos.
Trelease lo advierte con diafanidad, “una nación que no lee y no se educa mucho está más propensa a cometer errores en el hogar, en el supermercado, en la sala del jurado y en la votación electoral. Y esas decisiones afectan finalmente a toda una nación, a los alfabetizados y a los que no están”. 

Colombia, ese país macondiano, en donde “el riesgo es que te quieras quedar”, es el mismo en donde los Maestros en su mayoría no son competitivos y poseen bajo reconocimiento social. Es el mismo territorio añorado en la distancia donde “los innumerables lunares negros que tiene la justicia, la democracia y la paz se debe a una deshidratación de conocimiento. Mientras en Europa, la gran mayoría de países leen en promedio 17 libros al año, en Colombia, según el DANE, leemos 1,9, porque ni siquiera acabamos el segundo por “falta de tiempo” y no leemos porque, además, los libros son “costosos y aburridos”. (Parra, 2014, p.12).
Es evidente entonces que si los Maestros no leen, es poco probable que los estudiantes lo hagan, si no leen y no escriben estos profesionales de la educación, cómo enseñan a pensar a los niños y jovenes que la sociedad les confía. Por eso nuestros estudiantes se vuelven adultos y quieren gozarse la vida sin pensar en más nada. Al margen de la rica aventura de las Ciencias, lejos de las ideologías que viajan en la literatura; pero eso si, convencidos religiosamente que el saber es algo iconoclástico, y no como conceptúa, (Llinás, 2014, p.17), que “el saber es simplemente poder poner en contexto lo que uno sabe”. 

Colombia ese país que tiene una envidiable posición geográfica, mares hermosos, montañas de fulgurante belleza, ríos que serpentean bañando de riqueza los inmensos territorios de la patria, también ha acunado a los gobernantes más ineptos del mundo, que para conseguir tan deshonroso galardón, necesitan matrimoniarse con una ciudadanía obediente y servil. Es decir en este contubernio humillante la reelección ha sido permanente y la pésima educación, el combustible eficaz para que la ceremonia de la desigualdad social se eternice.
Sin embargo los últimos resultados de las pruebas PISA, denigrantes para algunos, material de inusitada importancia en plena campaña electoral para los candidatos presidenciales, ha devuelto al centro del debate público a la Educación. Juan Manuel Santos, Oscar Iván Zuluaga, Enrique Peñaloza y Martha Lucía Ramírez que son harina del mismo costal y representan con lujo de detalles la extrema derecha colombiana, ahora aparentan ser los paladines de la Educación pública.
Esa clase dirigente que ha vuelto miserables a los pobres en un abrir y cerrar de ojos, que han cohonestado con la guerra, con el delito, la corrupción y la criminalidad por acción u omisión, hoy más por la presión internacional en el tema de competitividad que ejerce un mundo cada vez más globalizado, hacen propuestas luminosas para reformar lo que históricamente habían hecho mal de manera intencionada en materia educativa.
No se necesitan de estudios llenos de retórica ni que las pruebas PISA con sus resultados repletos de crudeza no los digan hasta el cansancio, la conclusión es sencilla: “¿Qué pasaría si todos nosotros, las elites y todas las personas que participan en la toma de decisiones importantes, tuviéramos que educar a nuestros hijos en la educación pública? Si nuestros hijos estudiaran en instituciones públicas otro sería el cuento”.

Una educación pública de calidad es la única que le puede competir a los jugosos beneficios que ofrecen el negocio de la coca y los ingresos desorbitantes que ofertan los grupos armados en las zonas rurales y en las barriadas marginadas de las grandes ciudades. Una educación pluralista, democrática, laica, científica, de la cuna a la tumba, por razones obvias haría de la lectura crítica el mecanismo predilecto para abordar las Tics y las pruebas SABER desde una perspectiva mucho más fructífera. Y, aunque queramos entregarle bondades divinas a toda suerte de malabares sofisticados en cuanto al tema de formación humana, está probado que la lectura en calidad de base fundamental de la Educación es el único instrumento que tiene el cerebro para progresar.
Una educación publica de calidad nos permitiría entender lo dicho por García Márquez hace 16 años, al entregar el informe de la Comisión de Sabios: “Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación, desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma”. 
Hecha a la medida de todos mis estudiantes hoy, mañana y siempre, pero por sobre todas las cosas, la Educación que se merecen Sabrina, Belén y Valentina.


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