Por: Osmen Wiston Ospino Zarate
La
educación pública es el detonante intelectivo que debe permitir que las
sociedades se desarrollen al máximo de sus potencialidades, que éstas
participen de las mieles del progreso de manera respetuosa y tolerante y, por
supuesto, que propicie más allá del discurso desgastado de la exclusión social
una paz duradera para todos los ciudadanos.
Colombia
es ese país mágico en el cual la antidemocracia es el sinónimo más acertado
para el concepto de democracia. Por ejemplo es antidemocrático que, según
Fedesarrollo, de “1.000.000 estudiantes que se matriculan en primer grado solo
culminen once 500.000”. Esto habla de lo poco atractiva que es la Institución
educativa, la pésima calidad de los procesos que oferta y la pasmosa facilidad
con que perpetúa las inequidades.
La
educación es quizás el alma misma de la democracia, es más es imposible
considerar el vocabulario de la democracia, a sabiendas que todo su abecedario
político comienza y termina por el tema educativo. Pero nuestro país, debe ser
uno de los pocos del mundo, que se da el lujo de dejar “perder” 500.000 niños,
que más tarde que temprano ayudaran a expandir ese inmenso hueco fiscal en el
erario público que debiera financiar la educación de los que continúan en el
rebaño.
O,
lo peor, inevitablemente estos estudiantes terminan enrolados en los ejércitos
legales o ilegales en donde aprenden rápidamente el melancólico oficio de la
muerte o el de la miseria.
Colombia
es ese país chamánico en el cual se ha reelegido perversamente,
ininterrumpidamente, demencialmente diría yo, un conjunto de ideas políticas
sin tener claridad sobre el paradigma de país que queremos.
Personajes
de los partidos tradicionales o de otras empresas electorales que han surgido
en calidad de alternativa de poder, se han aliado con los criminales para
mantenerse dentro del gobierno. No se reelige una educación competitiva, se le
apuesta a la pauperización de la dignidad humana, y hasta hoy han obtenido
éxitos sonoros en tales propósitos.
Trelease
lo advierte con diafanidad, “una
nación que no lee y no se educa mucho está más propensa a cometer errores en el
hogar, en el supermercado, en la sala del jurado y en la votación electoral. Y
esas decisiones afectan finalmente a toda una nación, a los alfabetizados y a
los que no están”.
Colombia,
ese país macondiano, en donde “el riesgo es que te quieras quedar”, es el mismo
en donde los Maestros en su mayoría no son competitivos
y poseen bajo reconocimiento social. Es el mismo territorio añorado en la
distancia donde “los innumerables lunares negros que
tiene la justicia, la democracia y la paz se debe a una deshidratación de
conocimiento. Mientras en Europa, la gran mayoría de países leen en promedio 17
libros al año, en Colombia, según el DANE, leemos 1,9, porque ni siquiera
acabamos el segundo por “falta de tiempo” y no leemos porque, además, los libros
son “costosos y aburridos”. (Parra, 2014, p.12).
Es evidente entonces que si los Maestros no leen, es poco probable que
los estudiantes lo hagan, si no leen y no escriben estos profesionales de la
educación, cómo enseñan a pensar a los niños y jovenes que la sociedad les
confía. Por eso nuestros estudiantes se vuelven adultos y quieren gozarse la
vida sin pensar en más nada. Al margen de la rica aventura de las Ciencias,
lejos de las ideologías que viajan en la literatura; pero eso si, convencidos
religiosamente que el saber es algo iconoclástico, y no como conceptúa,
(Llinás, 2014, p.17), que “el
saber es simplemente poder poner en contexto lo que uno sabe”.
Colombia ese país que tiene una envidiable
posición geográfica, mares hermosos, montañas de fulgurante belleza, ríos que
serpentean bañando de riqueza los inmensos territorios de la patria, también ha
acunado a los gobernantes más ineptos del mundo, que para conseguir tan
deshonroso galardón, necesitan matrimoniarse con una ciudadanía obediente y
servil. Es decir en este contubernio humillante la reelección ha sido
permanente y la pésima educación, el combustible eficaz para que la ceremonia
de la desigualdad social se eternice.
Sin embargo los últimos resultados de las pruebas
PISA, denigrantes para algunos, material de inusitada importancia en plena
campaña electoral para los candidatos presidenciales, ha devuelto al centro del
debate público a la Educación. Juan Manuel Santos, Oscar Iván Zuluaga, Enrique
Peñaloza y Martha Lucía Ramírez que son harina del mismo costal y representan
con lujo de detalles la extrema derecha colombiana, ahora aparentan ser los
paladines de la Educación pública.
Esa clase dirigente que ha vuelto miserables a
los pobres en un abrir y cerrar de ojos, que han cohonestado con la guerra, con
el delito, la corrupción y la criminalidad por acción u omisión, hoy más por la
presión internacional en el tema de competitividad que ejerce un mundo cada vez
más globalizado, hacen propuestas luminosas para reformar lo que históricamente
habían hecho mal de manera intencionada en materia educativa.
No se necesitan de estudios llenos de retórica ni
que las pruebas PISA con sus resultados repletos de crudeza no los digan hasta
el cansancio, la conclusión es sencilla: “¿Qué pasaría si todos nosotros, las
elites y todas las personas que participan en la toma de decisiones
importantes, tuviéramos que educar a nuestros hijos en la educación pública? Si
nuestros hijos estudiaran en instituciones públicas otro sería el cuento”.
Una educación pública de calidad es la única que
le puede competir a los jugosos beneficios que ofrecen el negocio de la coca y
los ingresos desorbitantes que ofertan los grupos armados en las zonas rurales
y en las barriadas marginadas de las grandes ciudades. Una educación
pluralista, democrática, laica, científica, de la cuna a la tumba, por razones
obvias haría de la lectura crítica el mecanismo predilecto para abordar las
Tics y las pruebas SABER desde una perspectiva mucho más fructífera. Y, aunque
queramos entregarle bondades divinas a toda suerte de malabares sofisticados en
cuanto al tema de formación humana, está probado que la lectura en calidad de
base fundamental de la Educación es el único instrumento que tiene el cerebro
para progresar.
Una educación publica de calidad nos permitiría
entender lo dicho por García Márquez hace 16 años, al entregar el informe de la
Comisión de Sabios: “Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el
cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación, desde
la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo
de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera
más a sí misma”.
Hecha a la
medida de todos mis estudiantes hoy, mañana y siempre, pero por sobre todas las
cosas, la Educación que se merecen Sabrina, Belén y Valentina.
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