La
guerra es la expresión más tozuda, criminal y antiética de la barbarie entre
los seres humanos. Habrán múltiples opiniones que la justifican, muchas
posturas filosóficas que la avalan, pero pocos argumentos civilistas que la
respalden para ésta época.
Dentro
de los variados puntos de vistas que usan los melómanos de la muerte para
validar a la guerra como una herramienta política, está que la guerra es
absolutamente necesaria para aclimatar la paz. Este argumento es tan estúpido
como aquel que reza que para que haya ricos se necesita de la existencia de los
pobres.
La
mente de un guerrero desde el marco de la legalidad parece reducirse a
eliminar, chuzar, golpear, mutilar, adoctrinar o desaparecer a personas o
entidades a nombre de la seguridad y defensa de la honra y los bienes de sus
compatriotas. A veces ese propósito benévolo toma otros caminos y la ilegalidad
aparece como el sello indeleble de sus actuaciones.
La
mente de un guerrero desde el marco de la ilegalidad se reduce a eliminar,
chuzar, golpear, mutilar, adoctrinar o desaparecer a personas o entidades que
les impiden quedarse con las riquezas de un país, el poder político y el
cerebro de los que apoyan ese proyecto criminal. Absurdamente el uniforme no
siempre los identifica.
Podríamos
decir sin equívocos que la esencia de ambos guerreros es la misma, pero los
fines y su actuación ética dentro de los linderos de la ley los hace distintos. Si bien toda entidad guerrerista
le hace limpieza cerebral a sus potenciales guerreros, eso no indica que el
combatiente pierda de vista sus principios humanistas, la formación familiar y
la educación recibida.
Un
guerrero legal nunca debe defender a sus compatriotas acudiendo a los mismos
métodos delincuenciales que utiliza el guerrero ilegal. Esos comportamientos
son deleznables aun en la guerra y, por obvias razones, repudiables, sobre todo
cuando la confrontación bélica cobra victimas que no hacen parte activa del
conflicto armado.
Un
guerrero ilegal tiene intereses económicos, criminales y delincuenciales
determinados por el infinito desprecio que sienten por la vida del otro al cual
combaten o por la población civil. Su objetivo es pontificar la muerte en
calidad de fin esencial, generar una miseria sostenida, confundir a los
confundidos, idiotizar a la clase media, atemorizar a la población civil,
aterrorizar a los defensores de derechos humanos y hacerle creer a los conciudadanos
que la seguridad es lo mismo que la Paz.
Enarbolando
esos argumentos, por lo menos en el caso colombiano, se han apoderado de las
tierras productivas de los campesinos, de la Presidencia de la república, las
Alcaldías, los Ministerios, las Gobernaciones, la Procuraduría, los contratos,
los cargos… del futuro por demás aciago de nuestros niños y jóvenes.
Las
inmensas legiones de guerreros legales e ilegales que ostenta un país, sin
importar las causas por las cuales existe tal cantidad, simbolizan de forma
explícita el atraso en el que ese país mantiene sumergida a su población. Pues
la guerra permanente saquea el presupuesto de la educación, la salud, las
carreteras, los acueductos, la investigación científica y la tecnología.
No
me quedan dudas que la educación es el instrumento que ha de des-activar el
vocabulario de la guerra que hoy hace parte de esa semántica del odio y la
venganza con que los colombianos tejen su futuro o su mortaja. La educación de
calidad ayuda a la construcción mental de los grupos sociales a través de la
lectura, a sabiendas, hay que decirlo con certeza, que cuando se lee poco se
dispara mucho.
Talvez
la guerra de los colombianos contra los colombianos tiene su simiente en la
degradante desigualdad social, cuyo punto álgido es una educación para pobres
(publica) y otra para ricos (privada). La educación pública preparando
guerreros para reproducir miserables y estúpidos, para posteriormente
graduarlos de víctimas o de héroes en una guerra fratricida o en el negocio más
lucrativo de la modernidad.
Y la
educación privada, obviamente, entrenando eficazmente a sus estudiantes para
gobernar a Colombia desde los cargos más encumbrados y las oficinas más
relucientes. En todo caso, si es necesaria una guerra, para que todo continúe
igual, los guerreros legales obedecerán el llamado de la patria derramando su
sangre y los ilegales harán el resto emborrachándose con la sangre ofertada por
las víctimas.
Se
debe entender que existe un puñado de colombianos que soñamos con una sociedad
ideal, por la cual se hace necesario acabar con este
desangre que nos baña desde hace más de medio siglo. Por tanto la guerra no es
la norma, es la manifestación más clara de la barbarie humana
Y de alguna u otra manera nos han vendido la idea, a fuerza de
publicidad y malos gobiernos, de que es necesaria hacerla para alcanzar la paz.
Necesarias son la educación, la salud, el empleo y la seguridad alimentaria. Lo
demás es seguridad democrática, confianza inversionista y cohesión social,
sinónimos comprobados de falsos positivos, chuzadas, miseria, muerte y
violencia…
Hay que acabar primero con la guerra para alcanzar el respeto ante
nuestros connacionales y la comunidad internacional. Tal vez así, algún día,
lleguemos a construir una sociedad coherente y feliz. Y nuestros descendientes
puedan recorrer el país sin las amenazas de las minas antipersonas y el
secuestro que hoy nos azotan. Sin que los guerreros de cualquier talante nos
busquen en los listados de victimas que reposan mansamente en sus portátiles.
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